Psicoterapia en tiempos de coronavirus
Se ha hablado bastante sobre las dificultades emocionales que puede generar directa e indirectamente la pandemia, y abundan los chistes y memes en redes sociales, sobre quiebres matrimoniales, económicos y emocionales.
En tiempos en que la labor de los profesionales de salud mental empieza a ser aún más requerida, quiero responder a una afirmación no formulada, pero sí actuada por un par de colegas psicólogos, y también por camaradas psiquiatras, a quienes he visto cerrar sus agendas hasta nuevo aviso. La afirmación implícita a la que me refiero, es la de que no pueden brindar atención en este momento. De modo que esta vez escribo más para nosotros los clínicos en general, incluida esa minoría.
El objetivo es comunicar mi experiencia actual, con el fin de contribuir hacia una simbolización colectiva de algunos cambios bruscos en el panorama que estamos viviendo (y que claramente no pararán en lo inmediato), y poder rodar con ellos.
Con fines expositivos, diferenciaré tres niveles de dificultades o desafíos para la clínica actual.
En un primer nivel, señalaré aquellas condiciones que posibilitan la mantención de un encuadre psicoterapéutico. A manera de ejemplo, el garantizar el derecho a la confidencialidad de nuestros pacientes requerirá poder seguir moviéndonos de modo seguro a nuestros lugares de consulta, y en tiempos de cuarentena quizás contar con alguien que atienda a hijos pequeños que están sin colegio. Además, implicará contar con una red de internet suficientemente estable, mantenernos sanos, y hasta ponernos de acuerdo con el área administrativa (quienes trabajen con secretaria/o), para actualizar el manejo de agendas o las vías de pago. Si estas condiciones básicas no son posibles de asegurar, claro que no es posible trabajar.
Luego, en un segundo nivel, aparecen desafíos que se vinculan más específicamente con los motivos de consulta, las expectativas y las tareas psicoterapéuticas. Me refiero a los modos cómo incide la pérdida de sincronía espacial en la alianza terapéutica (aunque se mantenga una sincronía temporal), y cómo inciden también las novedades que aportan las tecnologías de la comunicación.
Propongo un ejemplo, del lado de un paciente:
La semana pasada, invito a un paciente con el que ya llevamos unos meses trabajado juntos, a comunicarnos por video llamada (apelando a la necesidad de cuidarnos mutuamente y a nuestros cercanos, frente a las posibilidades crecientes de contagio). Este paciente primero solicitó mover su hora una semana, pero más adelante (cuando le sugerí que las condiciones estaban lejos de cambiar), comunicó su incomodidad.
Este es un dilema frente al que podría haber retrocedido, auto-convenciéndome de que así respetaba su voluntad. No obstante, lo que hice fue proponerle comenzar la sesión explorando juntos la incomodidad que le producía la video llamada, y afortunadamente lo aceptó, porque –para sorpresa de ambos- descubrimos que lo que le incomodaba era el verse su propia imagen diminuta, en la pantalla de Whatsapp, y esto se vinculaba directamente con una tendencia suya a confundirse entre la imagen que le proyecta otro, y su experiencia asentada en su cuerpo sentido (no quiero entrar en tecnicismos, pero recomiendo “El estadio del espejo” de Lacan, y “La residencia de la psique en el cuerpo” de Winnicott). A su vez, esto nos llevó a reconsiderar sus crisis de angustia, que constituían su motivo de consulta.
Pero este desafío también impacta del lado del terapeuta, no sólo porque tensa su confianza en la necesidad de trabajar espontáneamente, sino porque también suele cansar más permanecer atento a una pantalla que no alcanza a transmitir toda la riqueza de las expresiones humanas, y atento a los desfases y a las pérdidas momentáneas de conexión.
Este último punto me acerca al tercer nivel de desafíos que quiero plantear, y que para ser honesto es el que más me interesa acá (agradezco a Rodrigo Rojas J. por ayudarme decididamente a enfocarlo, sin querer poner palabras en su boca).
Durante la primera semana de trabajo intenso con pacientes vía online, perseveré en asegurar las condiciones que me permitieran seguir brindando mi labor con estabilidad, para que mis pacientes se sintieran cuidados. Quise pensar que eso sería suficiente, pero de algún modo sentía que me costaba mantenerme sintonizado con algunos pacientes, y sobre todo con aquellos que venían referidos por instituciones que demandaban tratar problemas puntuales.
Inicialmente lo atribuí a las dificultades telemáticas que ya mencioné, pero lo que no observaba era que yo mismo estaba desmintiendo una parte importante de la realidad. Para ser más directo, no estaba sintonizando plenamente con la vulnerabilidad a la que estamos insoslayablemente expuestos. Éste era entonces mi impasse personal, y es el tercer desafío que planteo: aceptar y detenernos (cuando sea momento) en la vulnerabilidad, en la fragilidad humana, en la precariedad de la vida, o como queramos llamarle, que nos enrostra la pandemia, tanto en plano biológico como socia-económico y político. Sostener la incertidumbre, y acompañar a mirarla.
Quienes trabajamos desde un paradigma psicoanalítico, creemos saber que este momento (o muchos momentos) son fundamentales al tratamiento, y los guiamos pacientemente, pero quizás no calculamos que aparezca un fenómeno mundial como la pandemia del COVID-19 a precipitarlo por todos lados.
Paradójicamente, también sabemos –o creemos saber- que no buscamos “normalizar” las condiciones vitales de nuestros pacientes, sino ayudarlos a pensarlas para tomar sus decisiones más libres y responsables, pero esta vez me vi renegando transitoriamente de la situación, o apurando soluciones más o menos estratégicas que en última instancia a uno no le corresponde arrebatar.
Para ser justo con el suscrito, no siempre nos toca atravesar en simultaneo los mismos cambios vitales que experimentan nuestros pacientes, y en ocasiones todos podemos trastabillar (si no palidecer) frente a una aparición súbita e insidiosa de lo Real.
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Dicho todo esto, comienzo a observar cómo se restaura en mi pensamiento la capacidad de asociación libre, y ya puedo ligar por ejemplo un principio de la intervención en crisis, según el cual la resolución de una crisis brinda la oportunidad de resolver incluso conflictos anteriores.
En este punto, permítaseme un último ejemplo concreto, ya de esta semana.
Una paciente, en tratamiento a través de su seguro social, llega a regañadientes después de que se descubriera una dinámica de sometimiento en la que permaneció durante años con su empleadora. Ya llevamos un par de semanas trabajando juntos, y ella recién es capaz de observar que su empleadora probablemente no cambiará, como ella se empecinaba en lograr.
Ahora llega preocupada porque su trabajo se cerró transitoriamente, a propósito de la pandemia, y no sabe dónde entregar su licencia médica. Pude haberme apresurado en sugerirle que hablara con tal o cual persona, y zafar con el pretexto de re-enfocarnos en la demanda original de su seguro, pero esta vez me decidí a preguntarle cómo ha vivido esto que está ocurriendo, incluyendo el hecho de que ahora conversamos por video llamada.
Con esta apertura, que quizás antes ella no notó, pudo referirse a que se siente en el aire, y se pudo quejar también porque no le queda más que esperar. Ella es una mujer de acción, a quien le gusta hacer las cosas hasta terminarlas, y con esas declaraciones pudimos ya fácilmente retornar por otra vía a su dificultad para alejarse de su jefa: estaba internamente convencida de que no podía renunciar a su trabajo, sin importar las consecuencias que ya estaba teniendo para su salud. A su vez, pudimos relacionar también su tendencia a idealizar su trabajo como “perfecto, cuando no estaba la jefa” y la desmentida que eso entrañaba, con la tendencia casi refleja a querer que todo siguera tal como estaba (“debo poder entregar mi licencia mañana”), y con la realidad nueva de la pandemia y las exigencias por adecuarnos colectivamente.
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He dejado fuera el tratamiento psicoterapéutico de personas efectivamente contagiadas de Coronavirus, o de sus familiares, porque no me ha tocado aún, y porque hoy lo veo más cercano al tratamiento psicoterapéutico convencional de una persona con cualquier otra enfermedad contagiosa.
De modo que ¡vamos colegas, que nuestro trabajo sigue siendo el mismo, y tenemos harto por hacer también!