Valor terapéutico del Karate
En esta oportunidad, me apartaré levemente del objetivo de este blog, para darme el gusto de compartir una mirada clínica de la práctica de Karate.
Hay encuentros que brindan oportunidades de continuar nuestro desarrollo socio-afectivo, y hay métodos que propician estas oportunidades más deliberadamente. La terapia de orientación psicoanalítica constituye un método, con un dispositivo técnico y una disposición específica de quienes la practicamos.
No propongo que el Karate sustituya una psicoterapia, como tampoco que una mirada clínica pueda abarcar la riqueza de la práctica del Karate pero sí que la prácitca de Karate tiene una dimensión potencialmente psicoterapéutica, y que puede ser un poderoso aliado para quienes deciden aventurarse a una psicoterapia.
Introducción
El Karate {mano vacía} surge en Okinawa como un sistema de defensa sin armas contra agresiones externas. Gradualmente madura para convertirse en una vía {do] segura para que cada practicante tome contacto con la agresividad que yace dentro de sí mismo. En última instancia, se propone para mejorar el modo como nos relacionamos entre ciudadanos.
Considero que este tema, que es el tema de la apropiación y modulación de los impulsos agresivos, es fundamental en la vida en sociedad. Fácilmente caemos en una represión casi indiscriminada de esta parte de la experiencia humana, en alternancia con momentos de impulsividad irrefrenada, y todo esto tiene consecuencias en las relaciones de las personas consigo mismas y con los demás.
En mi experiencia clínica, me relaciono con personas que se maltratan severamente a sí mismas, desde el extremo de auto-lesionarse y atentar contra sus propias vidas, hacia modalidades más sutiles como dolencias de origen psicosomático, auto-reproches continuos, auto-imposición de vidas monótonas, o “matarse trabajando”, por ejemplo.
Otras opciones, incluyen mitigar químicamente los vestigios de la agresividad reprimida, con medicamentos (ansiolíticos, antidepresivos, anti-inflamatorios, relajantes musculares, etc.), con drogas ilícitas, o bien con ayuda de objetos como placas anti-bruxismo, barnices picantes para no morderse las uñas, baños de agua caliente, etc.
En un repaso breve de opciones en la esfera interpersonal, encontramos la posibilidad de evitar las relaciones sociales, instalarnos en una posición de victimizarnos a nosotros mismos y enrostrar nuestras quejas a los demás (a veces violentamente), o en el otro extremo manipular, amenazar y hasta dañar físicamente a los demás.
Dentro de los medios que la cultura ofrece para integrar la agresividad, no para eliminarla sino para emplearla como un poderoso y necesario combustible de la vida, está la experiencia artística.
Sin pretender identificar a las artes marciales con una fórmula mágica que se opone a las situaciones que describo, sí afirmo que el Karate, dentro de otros caminos de expresión artística, tiene el mérito de afrontar directamente el fenómeno de la agresividad personal, posibilitando su transmutación en algo bien diferente de un problema, como a veces se le concibe.
Lo que sigue, entonces, es una re-lectura de algunos conceptos centrales a la práctica de Karate, desde la clínica psicoanalítica.
Karate como potenciador de la integración
La vida suele entregar nuevas oportunidades de desarrollo emocional, y la vida de algunas personas parece incluso sustentarse en la esperanza de encontrar una oportunidad de este tipo.
Dojo:
Corresponde al lugar donde se practica el camino del Karate, que brinda materialidad y regularidad a la práctica, permitiendo su incorporación, y la apertura de un necesario espacio mental. Este lugar o ambiente, tiene una primera función de sostén en un sentido físico, y es además un lugar que se enseña a respetar y cuidar.
Sensei:
Es una primera figura de encuentro en el Dojo, que porta un recorrido mayor en la práctica, y con su presencia organiza las relaciones entre los demás practicantes, que incluyen a los senpai (ayudantes), dohai (estudiantes antiguos) y kohai (estudiantes nuevos). Sensei significa literalmente “nacido antes”, y sus intervenciones posibilitan atravesar los momentos de temor y los momentos de arrebato propios de la práctica, para llegar a despertar posibilidades que hasta ahora no habían tenido lugar.
Dojo Kun:
Es el encuadre simbólico que torna predecibles las relaciones entre los practicantes, entregando un marco ideológico y valórico. Se recita en grupo al finalizar cada práctica, y adelanta aquellos ideales a ir aprendiendo vivencialmente (perfeccionar el carácter, ser fiel, esforzarse, respetar a los demás, y abstenerse de comportamientos violentos).
Taiso:
Literalmente “operación del cuerpo” o gimnasia, conduce a una mejora progresiva de la relación o integración entre mente y cuerpo, en el espacio. Además del precalentamiento inicial en una práctica de Karate, las dinámicas de aprendizaje involucran prácticamente cada grupo del sistema locomotor, en actividades tanto anaeróbicas como aeróbicas. En este sentido, su práctica exhorta transversalmente a perseverar en una atención sostenida de la propia respiración, de la relajación y contracción de cada grupo muscular, y del cuerpo en el espacio. En palabras de Winnicott (1988), podría decirse que contribuye en la residencia de la psique en el soma. En japonés, esto se traduce como shi-zen-tai {cuerpo y mente unidos}.
Kihon:
Se traduce como “básico”, y corresponde precisamente a la práctica de las técnicas básicas, primero de pie (base), y luego con desplazamientos, extendiendo el desafío de mantener una relación entre psique y cuerpo, ahora en el espacio. Kanazawa sensei ha dicho que el Karate es “zen en movimiento” (Nicol, 1979).
Aquí se pone en juego un primer nivel de exteriorización y posterior modulación de la agresividad, generada por la constatación de la propia torpeza motriz. En esta constatación, el tiempo y la presencia entregadas por el instructor, muestran que es posible desarrollar los movimientos solicitados, y generan confianza en que cada practicante puede hacerlo también, aportando hacia una progresiva capacidad de tolerar la frustración y utilizarla pacientemente al servicio de la ruptura de esquemas motores preconcebidos que uno trae. En otras palabras, ocurre un progresivo rescate de la propia intencionalidad {kime}, sostenido por la apropiación de la técnica tradicional {waza}, y por la presencia del instructor {sensei/senpai}.
Kata:
Se trata de desplegar la propia intencionalidad y apropiarse de configuraciones técnicas y de movimientos tradicionales extensos y progresivamente más complejos. Esta dimensión del Karate a veces es poco entendida incluso por sus practicantes, al menos en Occidente. Creo que su desafío consiste en lograr articular la originalidad personal con la tradición. Antiguamente, eran pocos quienes sabían leer en Okinawa, y los katas eran verdaderos libros que constituían una biblioteca, donde el cuerpo daba soporte a la memoria, y permitía el traspaso del sistema a una siguiente generación. El desafío, a mi juicio, está en superar la pura originalidad que no tiene forma, y simultáneamente lograr una “forma” (taducción de kata) que tampoco esté desprovista de kime, sino que permita canalizar algo del gesto espontáneo de quien la desarrolla.
Kumite:
Se traduce comúnmente como “combate” o “esgrima de manos”, y es quizás la experiencia más específica de las artes marciales. Dinamiza cuestiones fundamentales, porque implica el encuentro con la realidad física y psíquica de un semejante, a través de modalidades altamente estructuradas o pactadas, hacia otras progresivamente más libres. Parafraseando a la psicoanalista Ehrenberg (1974), se trata del borde íntimo de la relación, que en japonés tiene la expresión “sundome”, y que implica lograr, con cada golpe, acercarse a la distancia inmediatamente anterior al impacto. Requiere de un reconocimiento activo y respetuoso, del cuerpo propio y el del otro en el espacio.
Zen:
El fin último de las artes marciales, cuando adquieren esa dimensión de arte, o de camino de perfeccionamiento, que en japonés se designa con el sufijo “do” (ej., aiki-do, ju-do, ken-do, karate-do), es la creación gradual de un espacio interno. Karate-do se traduce como “camino de la mano vacía” en el combate sin armas, pero es la mano del ser humano la que hábilmente utiliza instrumentos o armas, a partir del homo habilis, y en este sentido el Karate-Do también se traduce como “camino de vaciarse a sí mismo”. Vaciarse a sí mismo pudiera implicar situarse en un lugar que no es ni el de la mera impulsividad, ni de la reacción estéril. “Zen” se traduce como “unificación”, y me parece cercano a la ida de generar un espacio interior.
Conclusión
Es utópico plantear que un sujeto pueda vivir sin defensas –defensas psíquicas, en el sentido psicoanalítico-, pero siempre cabe la posibilidad de que las armas que utilizamos para la defensa se tornen en instrumentos que faciliten el diálogo entre el mundo interno y el mundo externo que habitamos.
Para concluir, considero que la modificación que hace el karate como arte, y sobre todo quienes lo practican, aporta precisamente en esa dirección.
Referencias
Ehrenberg, D.B. (1974/2013). El borde de la intimidad en la relacionalidad. En A. Ávila Espada (Ed.), La tradición interpersonal. Perspectiva social y cultural en psicoanálisis, pp.461-494. Madrid: Ágora Relacional.
Nicol, C.W. (1979). Zen en movimiento. El Karate como un camino a la nobleza. México: Diana.
Winnicott, D.W. (1988/1993). Residencia de la psique en el cuerpo. En La Naturaleza Humana, pp.173-177. Bs. Aires: Paidós
Agradecimientos
A sensei Raul Puchi, sensei Lorenzo Cáceres (QEPD), senpai Sergio Núñez, senpai Miguel Herrera, senpai Carlos Jiménez, y a cada una de las personas que han compartido su práctica conmigo en el Dojo Samurai, por enseñarme a cultivar este maravilloso arte.